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AUTORRETRATO DE CRISTO 55 sús, en el sentido que le da el Evangelio de San Juan, .;S principio de vida eterna para el alma y para el cuerpo. Jesús confirma su afirmación obrando el milagro estu– pendo de la resurrección de Lázaro. Está claro: Él puede dar vida y vida eterna. Todo esto nos ha de servir para avivar nuestra fe en Cristo y hacernos cifrar en Él toda nuestra esperanza. Recordando que Jesús es la resurrección y la vida, se en– sancha nuestro corazón y se inunda de consuelo. Si la muerte, con sus dolores y agonías, como es natural, nos amedrenta, debemos volver nuestra mirada a Cristo para confortarnos con sus promesas. Él se alza sobre los mun– dos y los siglos para decir a todos los que tiemblan ante los horrores de la muerte : Y o soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en Mí, 110 morirá para siempre. Mirando la muerte con la fe en Cristo en el corazón, ya no tiene el aspecto trágico con que suelen mirarla los hombres, sino que se trueca en un dulce sueño, en una prenda de eterna vida. Lo que necesitamos para mirar con tranquilidad la muerte con sus horrores es rendirnos por completo a Cristo, para repetirle en un acto de adoración las pala– bras con que Marta le confesó por Mesías : « Sí, yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido a este mundo».

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