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54 C:ÍNDIDO DE VIÑAYO, O. F. l\!., CAP. que se realizará al final de los tiempos. Mas Jesús le hace ver que Él es el autor de la resurrección. Nadie resu– citará sino por Él, porque en Él está la vida. Dice: Yo soy la resurrección y la vida. Estas palabras expresan esta idea: «Por mí resucitan los muertos y por mí viven los Yivos». Para Jesús es lo mismo dar la vida a un ser y con– servarla que hacer que un muerto vuelva de nuevo a vivir. Y si Jesús al final de los tiempos resucitará a todos los hombres, no hay duda que puede resucitar a Lázaro, aun– que lleve ya cuatro días depositado en el sepulcro y co– mience a descomponerse. Pero Jesús, hablando con Marta, va elevando su pen– samiento y junta en un mismo concepto la vida y la resu– rrección del cuerpo con la vida y resurrección del alma. Por eso dice: «El que cree en Mí, aunque muera vivirá». La fe en Cristo, que es una amorosa entrega a su Per– sona, nos asegura la inmortalidad. Cuando esta fe informa toda la vida del cristiano, no hay que temer la muerte, porque más allá de la tumba hay una vida bienaventurada para el alma, y también la habrá un día para el cuerpo cundo resucite glorioso para no volver a morir. De este modo la muerte estará superada por la vida. No será más que un breve sueño, que tendrá un feliz despertar. Pero en el pensamiento de Jesús sobre la vida del cuerpo se eleva la vida del alma. La vida del cuerpo en la actualidad es efímera; la del alma es eterna. Y esta vida eterna tiene ya comienzo en este mundo, si nos adherimos a Cristo. Es una vida partícipe de la vida eterna de Dios. Esta vida del alma puede conservarse siempre mientras tengamos fe en Jesús y esta fe informe todo nuestro vi– vir. Por eso dice Jesús: «Todo el que vive y cree en Mí, no morirá para siempre». Nuestra vida con la fe viva en Cristo, no fallece. Es el principio de la vida eternamente dichosa en el cielo. Y aun tratándose de la vida del cuerpo podemos asegu– rar que por esta fe viva en Jesús lleva en sí un germen de resurrección futura. La redención obrada por Jesucris– to es plena, y esta plenitud alcanza a los mismos cuerpos. Teniendo esto presente se comprende que la fe en Je-
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