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so cANDIDO DE VIÑAYO, O. F. M., CAP. enmascararlos haciéndoles ver su maligna ceguera. No ven los milagros de Jesús porque no quieren, y así su ceguera entraña un gran pecado. En una hermosa alego– ría se propone J ec;ús darles a entender que ellos no son más que falsos conductores del pueblo, al que explotan con su fingida piedad. No son pastores de almas, sino mercenarios que desconocen la compasión y la bondad para con sus ovejas. Así lo han demostrado con aquel po– bre ciego curado por Jesús, al cual le apartan de la co– munidad religiosa excomulgándole. Jesús, en cambio, acoge al ciego con cariño y benevo– lencia y afirma que no son precisamente sus pecados la causa de su ceguera. La acogida amable de Jesús es una prueba de que :Él es el verdadero, el buen Pastor. Por eso después de recordarles las costumbres orientales entre los pastores, les dice con toda claridad: Yo soy el buen Pas– tor. El buen pastor da la vida por sus ovejas. Y como si estuviera recitando una melodía, después de hacer alusión a los malos pastores, vuelve a su tema en su idilio pastoril, repitiendo : «Yo soy el buen Pastor, y conozco mis ovejas, y las mías me conocen a Mí». Reflexiones Quizá nuestros lectores no capten la profundidad de esta alegoría con que Jesús se retrata a Sí mismo. Para penetrar bien en su sentido debemos tener presente la mentalidad del pueblo judío, en cuya historia el pastoreo tuvo tanta importancia. Por eso vemos en la Sagrada Es– critura que la imagen del pastor se repite con frecuencia. Pastores son los reyes, pastores los sacerdotes, y pastor el mismo Dios. Moisés pide al Señor que dé a su pueblo un pastor. David habla de su pueblo como de un rebaño, y en el salmo 22, que es una verdadera égloga pastoril, canta las bondades de Yavé, llamándole su pastor que le con– duce por verdes pastos y le lleva frescas aguas. Los profetas hablan del Mesías como de un Pastor que ha de apacentar y regir a su pueblo, trayendo sobre él toda suerte de bienes. Quien con más claridad lo anuncia