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AUTORRETRATO DE CRISTO 47 aprisco se encerraban rebaños pertenecientes a varios pas– tores. Estos, después de recoger sus ovejas, se iban a des– cansar. Se cerraba bien la puerta, y al pie, en la torre, uno de los pastores vigilaba por turno. Por la mañana cada pastor buscaba sus ovejas y las conducía al pastoreo por la planicie del campo. No faltaban ladrones que inten– taban entrar en el aprisco, no por la puerta, sino saltando la tapia de piedra y burlando la vigilancia del pastor portero. Teniendo en cuenta estas costumbres entre los pasto:r:es de Oriente, fácilmente se comprenden las palabras de Je– sús, que vienen a ser como un preludio de la bellísima alegoría del buen pastor: Yo soy la puerta de las ovejas. Jesús hace ver a los judíos que entre los pastores de almas que había en Israel, muchos de ellos no eran más que salteadores. El verdadero pastor entra por la puerta. Y precisamente la puerta por donde deben entrar los pas– tores y las ovejas es ÉL Sólo entrando por Él se puede llegar a la_ vida. Por eso les dice: «Yo soy la puerta; si alguno entra por Mí se salvará, entrará y saldrá y en– contrará pasto». Reflexiones En esta pequeña y gráfica alegoría parece querer in– dicar Jesús cuanto es Él para las almas de todos los hom– bres. Sólo por Él y en Él podemos tener acceso a la unión con Dios, a la vida eterna. Jesús es la puerta de las ove– jas. Es el centro de la Historia y todo debe mirar a :e.1. Los pastores de Israel que le rechazaron no eran más que ladrones y salteadores. No buscaban más que explotar al pueblo para vivir a sus anchas. Los verdaderos pasto– res no escalan el muro, sino que vienen por la puerta. Es decir, todos miran a Jesús y en Él cifran sus esperanzas. Juan vino antes que Él, pero reconoció su divina misión de Enviado de Dios. No fue salteador. Entró por la puer– ta; creyó en Jesús y confesó su dignidad de Mesías. En cambio los conductores del pueblo judío no quieren creer
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