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Al1TORRETRATO DE CRISTO 37 nuestra comprensión, con nuestra paciencia, con nuestro amor, con nuestra cortesía. El fino trato con nuestro pró– iimo no sólo será indicio de sólida virtud, sino que nos atraerá el éxito en nuestras relaciones sociales. JESUS, SOL DE LA HUMANIDAD Texto evangélico Yo ·soy la luz del mundo {Jn. 8, 12), Ambientación del texto Jerusalén estaba rebosante en fiestas. Se celebraba la de los Tabernáculos, que duraba toda una semana. Con este motivo se notaba gran animación por las calles y plazas. El Templo del Señor era visitado por los piadosos israelitas que acudían de toda Palestina. Para solemnizar la fiesta se colocaban en el atrio de las mujeres cuatro enormes candeleros dorados, de unos cincuenta metros. Cuatro jóvenes de la casta sacerdotal subían por sendas escalas a encender las grandes lámpa– ras allí colocadas, las cuales, encendidas, daban una luz espléndida. Con ella se iluminaban todos los atrios del templo y hasta las mismas calles de la Ciudad Santa. Jesús también se hallaba allí. Hacía sus visitas al Tem– plo. Se encontraba en los atrios con grupos de judíos, que solían ser escribas y fariseos, y con ellos dialogaba respondiendo a sus objeciones intrigantes. En estas dispu– tas, con rápidas pinceladas, les daba a conocer con toda claridad lo que Él era y el mensaje que traía al mundo. Un día que deambulaba por el atrio de las mujeres, donde se hallaba el tesoro del Templo, viendo aquellos grandes candelabros que en la noche lucían con tanto esplendor, quiso valerse de la bellísima imagen de la luz para decir a los que le rodeaban cuanto Él era como Mesías e Hijo de Dios. Por eso prorrumpió en esta frase, una de las que más hace resaltar su autorretrato: Y o soy
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