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36 Ci\NDIDO DE HS\YO, O. F. M., C\P. ¿ Que no le reciben en una aldea de Samaria? No hay para qué descargar su ira contra sus habitantes. Prosigue sencillamente su camino, sin quejarse, sin murmurar, sin ningún sentimiento de aversión. Es como el agua clara del arroyo que al encontrar un obstáculo tuerce~su curso y sigue corriendo con su alegre murmullo. Este rasgo de Jesús le retrata a las mil maravillas y es capaz de infundir en los míseros humanos tan incli– nados al pecado, alientos y esperanzas. Jesús es un Dios que sabe perdonar, y perdonando nos salva. Esto es para nosotros un gran consuelo. Jesús nos comprende, nos ama, nos perdona y nos ofrece la salva– ci6n. Pero también este rasgo de Jesús contiene una lec– ción sublime que debiéramos tener muy presente en las luchas que la vida cotidiana nos ofrece. Con frecuencia nos hallamos con hombres semejantes a los samaritanos que negaron a Jesús el hospedaje. Es decir, con hombres que nos tratan mal. Acaso nos insul– ten o nos dirijan palabras desab1idas. Al menos carecen de la amabilidad y la cortesía propias del cristiano. Todo esto hace que con suma facilidad nos alteremos, nos de– jemos llevar de la ira. Nos parecemos a los hijos del Trueno, que querían pedir al cielo fuego sobre aquella aldea de Samaria. En esos momentos de contrariedad, de lucha interior, hemos de volvernos a Jesús y recordar las palabras con que reprendió a Santiago y a Juan: «No sabéis de qué espíritu sois. El Hijo del hombre no ha venido a perder las almas, sino a salvarlas. A buen seguro que si nos fijamos en este rasgo de Jesús sabremos callar y disimular los agravios y las in– atenciones de nuestro prójimo. El ejemplo de Jesús, se– guido por nosotros en el trato con nuestros hermanos, trae la armonía en el orden social, y sobre todo conser– va la paz del corazón. Jesús no viene a perder las almas, sino a salvarlas. Esto ha de ser además para nosotros un gran estímulo. Como Jesús hemos de saber conquistar los corazones con

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