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AUTORRETRATO DE CRISTO 35 salvar lo que estaba perdido» (19, 10). Esta sentencia la pudo pronunciar Jesús en éste o en otro momento his– tórico, y el evangelisa juzgó oportuno ponerla al final del relato de Zaqueo. Reflexiones Escogemos estas palabras que Jesús dirigió a los hi– jos de Zebedeo para perfilar el esbozo de su autorretrato, porque son bellísimas y en gran manera consoladoras. En ellas nos pone de manifiesto su espíritu de humildad, de comprensión para con las miserias humanas. Todo Él respira amor, paciencia, misericordia. Jesús no viene a perder las almas, es decir, a repren– derlas con ira ni a castigarlas según el rigor de su divina justicia. Viene a salvarlas. Viene-repetirá en casa de Za– queo-a buscar y salvar ío que estaba perdido. Él es el buen Pastor que ha dejado las majadas del cielo, donde era servido y adorado de los ángeles y se acerca a las sel– vas de este mundo en busca de la oveja perdida, enreda– da en las zarzas del pecado. Está es: viene a buscar al hombre, a todos los hombres muertos para la vida del cielo, a fin de conducirlos a su salvación. Y Jesús, para buscar y salvar las almas, no muestra su poder absoluto, su tremenda justicia. No aparece en– tre truenos y relámpagos como en el Sinaí. Vestido de nuestra carne, es todo bondad, dulzura, mansedumbre. Se presenta ante los hombres como uno de sus hermanos que sabe comprenderlos y compadecerlos. No es un rey que se complace en someter a sus súbditos bajo su im– perio, ni un juez inexorable que se goce en dictar senten– cias condenatorias. Es un pastor que se acerca a buscar a las ovejas perdidas; un médico que desea curar todas nuestras dolencias; un amigo que quiere compartir nues– tras penas y alegrías. Viene a salvar a las almas y no con el poder de su brazo o con su fuerza física, sino sometién– dose al dolor, al trabajo, a la persecución, a las incom– prensiones y malos tratos de los hombres egoístas y du– ros de corazón.
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