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AUTORRETR\TO DE CRISTO 29 el Real Profeta le llama su Señor. Y esto se lo había he– cho notar poco antes el mismo Jesús a los judíos. En la dignidad del Mesías se entrevé algo excepcional. El Mesías es más que un simple hombre. Caifás, en la pregunta que hizo a Jesús, añade esa palabra: Hijo de Dios. Y le daba el sentido de una filiación natural, por lo que se hacía igual a Dios. Y Jesús también lo afirma. No se trata aquí tan sólo de la mesianidad de Jesús, sino también de su divinidad. Es evidente que Jesús, al mismo tiempo que confiesa ser Mesías, afirma ser el Hijo de Dios. Hijo propio, na– tural, eterno. Por tanto, verdadero Dios. No sabemos si Caifás entendería que el Mesías debiera ser Dios, pero en su pregunta ciertamente va incluído este concepto. A buen seguro que tendría presentes las declaraciones que Jesús había hecho a los judíos, y que ellos entendieron perfectamente, por lo que tomaron piedras para apedrear– le como a un blasfemo, diciendo que siendo hombre se hacía Dios. La declaración de Jesús ante el pontífice es formal e inequívoca. Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios. Y para dar más fuerza a su afirmación Jesús alude al salmo me– siánico 109, en el cual se dice: «Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, en tanto que pongo a tus enemigos para escabel de tus plantas». También evoca el anuncio del profeta Daniel, en que se dice que el Hijo del hom– bre fue visto sobre las nubes del cielo, y se le dio el seño– río, la gloria y el imperio. Y así, dice Jesús: Un día veréis al Hijo del hombre, sentado a la diestra de Dios Todopo– deroso, venir sobre las nubes del cielo. Es algo admirable la conducta de Jesús. Se halla ante el tribunal superior de los judíos. Confiesa que es el Me– sías, el Hijo de Dios. Por ello es condenado a muerte como un blasfemo. Y, sin embargo, anuncia su triunfo defini– tivo y eterno. Será un día sentado a la diestra de Dios y le verán en toda su gloria y majestad. Ningún hombre se atreve a hablar así. Jesús va a la muerte por confesar su dignidad de Me– sías, de Hijo de Dios. Pero después de su muerte dará

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