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C'.~NDIDO DE YI5iAYO, O. F. l\L, C.\P. le hablar, diciéndole: Te conjuro por Dios vivo: dinos ,z Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios. En esta frase se conte– nía un juramento jurídico muy solemne para los judíos, del cual nadie podía sustraerse. Jesús conocía toda la ma– licia de aquella pregunta. Sabía que su respuesta sería causa determinante de su muerte. Sin embargo, por reve– rencia al nombre de Dios, rompe su silencio. Tomando una actitud majestuosa delante del tribunal, afirma, de una manera clara y solemne, ser el Mesías, el Hijo de Dios, el Rey inmortal de los siglos, diciendo: Lo soy. Y además os digo: Un día veréis al Hijo del hombre, sen– tado a la diestra de Dios Todopoderoso, venir sobre las nubes del cielo. Estas palabras, que debieran haber hecho temblar a sus oyentes, fueron acogidas como una blasfemia. Y corno blasfemo, Jesús fue condenado a muerte en aquel tribunal. Reflexiones Varias veces, durante su vida, Jesús confesó ser d Cristo, o sea, el Mesías anunciado por los profetas y espe– rado por el pueblo judío, el cual había de venir al mundo para establecer el reino de Dios. Lo declaró a la mujer samaritana; lo manifestó a sus discípulos al aprobar y alabar la confesión de San Pedro; lo dio a entender en sus disputas con los judíos. También al ciego de naci– miento, por Él curado, le reveló explícitamente ser el Hijo de Dios. Pero la afirmación .hecha ante el sumo pontífice de su mesianismo contenía una revelación más espléndida, más solemne, más decisiva. Cuando se trata de soportar agravios, Jesús guarda silencio; pero ante la pregunta he– cha en nombre de Dios, manifiesta con toda claridad lo que El es, aunque le cueste la vida. Jesús es el Mesías. Esta es la dignidad más grande habida entre los hombres. El Mesías está sobre los pro– fetas. Es hijo de David, pero está sobre el mismo David. David, respecto de Él, no es más que un siervo o esclavo, como expresamente se declara en el salmo 109, en el cual

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