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AUTORRETR:\TO DE CRISTO 25 c1on evangélica, aquellos hombres, más que la verdad, buscaban un modo de confundir a Jesús v condenarlo. Jesús, en vez de responderles directamen'te, les afirma que ya se lo ha dicho con las obras realizadas en nombre del Padre, en presencia de ellos. Estas obras daban testi– monio de su mesianidad. Termina su declaración reafir– mando de una manera clara y solemne su divinidad con esta frase significativa: Y o y el Padre somos una sola cosa. Los judíos entienden perfectamente la afirmación, pero en vez de rendirse a Él, toman sus palabras como una blasfemia y echan mano de piedras para arrojúrselas. Jesús les hace ver las buenas obras realizadas por Él en nombre del Padre. No tienen razón para apedrearle. Mas ellos responden: «No te apedreamos por ninguna buena obra, sino por la blasfemia, porque Tú, siendo hombre, te haces Dios». Mas Jesús, sin que nadie le tocara, se escapó de en– tre ellos. Reflexiones Hay hombres que se glorían de haber tenido por pa– dres personajes esclarecidos por sus ·liirtudes, por su talento o por su actividad. Uno tal vez dirá que su pa– dre era un santo. Otro que el suyo fue un excepcional artista o un eminente sabio. No faltará quien se vanaglo– rie de que su padre fue un genio de la guerra o que brilló de extraordinario modo en el campo de la diplomacia. Mas con frecuencia las cualidades del padre no son here– dadas por el hijo. Están muy lejos de ser los hijos iguales que los padres. Mas vamos a suponer un hijo que posea las mismas cualidades que su padre. Aun así, no se puede afirmar que es una cosa con Él. Será un semejante, un parecido, y hasta, si queréis, una copia exacta, pero al fin son se– res distintos. Puede haber también entre ellos la unión más per– fecta. Unión de ideales, de afectos, de voluntades; mas no puede haberla de esencia, de vida.

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