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22 CÁNDIDO DE VIÑAYO, O. F. M., CAP. reda ningún crédito, porque hablaba de Sí mismo y con– sideraban su lenguaje como una arrogancia. En tanto que avanzaba el diálogo, Jesús iba dándose a conocer con más claros argumentos; pero los judíos, aferrados a sus ideas, no intentan sino confundirle, y así le preguntan con desdén: ¿Tú quién eres? Jesús entonces, con dulce y serena majestad, se con– fiesa autor de cuanto existe, y por tanto, Dios. Esta fue su respuesta: Os dije que soy el Principio; lo que in– cluso os sigo diciendo». La traducción de este texto, que viene a coincidir con la Vulgata, está tomada de un códice escrito hacia el año 200, y que ha sido hallado en Egipto en 1955. Aquí se contiene uno de los más importantes perfiles del auto– rretrato de Jesús. Reflexiones Al afirmar Jesús que es el Principio manifiesta abier– tamente ser el Verbo de Dios, del cual escribe San Juan en el prólogo de su Evangelio: «Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios» (Jn. 1, 1). Ser principio de una cosa es ser causa primitiva o primera de ella. Ser Jesús el Principio es lo mismo que ser autor de todo cuanto existe. Esto es lo que nos afirma San Juan al continuar diciendo: «Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin El no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres» (Jn. 1, 3-4). Es evidente que toda la Yida que palpita en el universo fue derramada en el mundo por el Verbo. Él es el Prin– cipio o fuente de todo ser viviente. Y el Verbo se encarnó. Y el Verbo encarnado sigue siendo el Principio de todo. Esto es Jesucristo, que con justo derecho se atribuye esta propiedad. Quizá San Pablo tendría muy presente la declaración de Jesús hecha a los judíos cuando escribe su carta a los colosenses, porque aunque la carta es anterior al Evan• gelio de San Juan, pudo llegar muy bien al conocimiento

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