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20 CÁNDIDO DE VIÑAYO, O. F. M., CAP. sesión de la bienaventuranza, siendo el gozo de los án– geles. Pero un día, en la plenitud de los siglos, apareció en la tierra vestido de nuestra carne mortal y pasible. Le envió su eterno Padre al mundo para ofrecer a los hom– bres su salvación. Mas, aun viviendo en el mundo, jamás se contaminó con el barro de las mezquindades de los hombres. Él no es de este mundo ni se acomoda para nada con las cos– tumbres de los hombres mundanos. Su alma, su corazón, sus pensamientos, sus miras, sus afectos, sin cesar los tiene fijos en el cielo. Vive entre los hombres con la mente absorta en Dios. Pasa por el mundo como una flor del Paraíso que nadie puede mancillar, como una luz de eternidad que en medio de las tinieblas se conserva siem– pre impoluta. Es más : Él, que vino a la tierra a salvar a los hom– bres y por ellos dio toda su sangre, rechazó al mundo y lo excluyó de su oración. Él amó a todos los hombres hasta el supremo refinamiento del amor. Sin embargo, no amó al mundo, no lo podía amar, porque el mundo está constituído en la maldad. Las palabras de Jesús tienen actualidad en todos los tiempos. Él nos señala el derrotero que hemos de seguir nosotros en este mundo en el cual vivimos. Nos descu– bre la meta de nuestras aspiraciones. Nuestra vocación de cristianos pide que participemos, en cuanto nos sea posible, del espíritu de Jesús. Es verdad que nosotros no venimos del cielo como ÉL Hemos sido creados en este mundo de luchas y de penas ; pero también nuestro origen es de gran elevación. Veni– mos de Dios. Fuimos hechos por Él a su imagen y seme– janza. Nuestro destino es sublime, divino. Y es Dios, Dios, que quiere que le sirvamos en esta vida y con este servi– cio conquistemos el cielo. Nacimos para el cielo y para el cielo hemos de vivir. Hay que pasar por la tierra como Jesús. No debemos amar al mundo ni las cosas mundanas. Nuestro corazón, nuestra alma, nuestros amores y esperanzas al cielo he-

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