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18 CÁKDIDO DE VIÑAYO, O. F. M., CAP. al escuchar estas palabras con que Jesús nos habla de la nobleza de su origen divino, meditando en ellas, hemos de reconocerle por nuestro Dios y Señor, y como a tal ado– rarle, amarle y servirle. Nuestra fe en Jesucristo nos ha de mover a penetrar– nos bien de este misterio profundo. La preexistencia de Jesús debe ser para nosotros una prueba evidente de su divinidad. He aquí las ideas que Monseñor Gibier escribe meditando en lo divino y en lo humano que hay en Je– sús: «Eterno e hijo de un día, antes que Abraham e hijo de Abraham, llenando los cielos y envuelto en pañales, creador de su Madre e hijo de su criatura, adorado por los ángeles y rechazado por los hombres, fuente de vida y víctima de muerte. He aquí todo el Evangelio: la apa– rición de la humanidad y de la divinidad en la Persona adorable de Jesucristo». JESUS NO ES DE ESTE MUNDO Texto evangélico Vosotros sois de aquí abajo; Y o soy de allá arriba. Vosotros sois de este mundo; Y o no soy de este mundo (Jn. 8, 23). Ambientación del texto Disputaba en cierta ocasión Jesús con los judíos. Fi– jando en ellos su mirada, penetraba hasta el fondo de sus corazones. Y viendo cuanto en aquellos ruines corazones había, no cabe duda que debían de parecerle algo así como nidos de víboras. En ellos se albergaban las más bajas pasiones. Allí, el orgullo que les cegaba la mente para no ver la realidad y el alcance de las obras que Jesús prac– ticaba para probar su mesianidad. Allí, la envidia, como roedor gusano, por la que no podían soportar la popula– ridad que Jesús iba adquiriendo entre el pueblo con sus hechos y palabras. Allí, el egoísmo más refinado que les

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