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AUTORRETRATO DE CRISTO 17 nece a la eternidad. No tiene ni principio ni fin. En Él no hay pasado ni futuro, sino un presente eterno. San Juan, en, el prólogo de su Evangelio, nos descu– bre la preexistencia eterna de Jesús como Hijo de Dios, diciendo: «Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios». Y después de indicarnos cómo este Verbo divino hizo todas las cosas, nos revela este misterio: « Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn. 1, 14). Sobre las palabras de San Juan podemos discurrir de la siguiente manera: Una misma Persona, el Verbo, el Hijo eterno de Dios, existía al principio, antes del tiempo. Desde la eternidad era Dios. Vivía eternamente engen– drado en el seno del Padre. Y este mismo Verbo, sin de– jar de ser Dios, se hizo hombre, se vistió de nuestra car– ne pasible, vhió entre los hombres participando de sus penas y alegrías. He aquí un misterio insondable: Jesús es el Hijo eter– no de Dios y el Hijo de María, mortal y pasible. Es en– gendrado en el seno del Padre antes que existiera cosa alguna y es concebido en las entrañas purísimas de una humilde mujer en la plenitud de los tiempos. No debe extrañarnos que Él dijera a los judíos con todo aplomo: Os aseguro con toda verdad: antes que Abraham naciese, existía yo. No hay ningún hombre que pueda hablar así. Estas palabras en labios de otro que no sea Jesús, en realidad contienen una blasfemia, por– que en ellas se expresa una perfección divina: ser antes del tiempo. Jesús las ha pronunciado con todo derecho, porque Él verdaderamente era Dios. Lo ha probado con obras y con palabras. Los judíos, al oírle, en vez de coger piedras para apedrearle como a blasfemo, debieran haberle re– conocido como a Hijo de Dios y como a tal escucharle, reverenciarle y obedecerle. Pero cerraron sus ojos a la evidencia. Los velos de sus pasiones cubrieron sus pár– pados. Rechazaron el mensaje de salvación que Jesús traía a la tierra y se atrajeron los divinos castigos. Nosotros, en cambio, esclarecidos por la luz de la fe, AUTORRETRATO DE CRISTO 2

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