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AUTORRETRATO DE CRISTO 167 se le espera. Es preciso velar, porque no sabemos el día ni la hora. No nos interesa saber cuándo ha de venir; por eso ha querido tener oculto el tiempo de su venida. Lo que im– porta es estar apercibidos para su encuentro, a fin de poder participar de su triunfo y de su gloria. Para cada hombre llega en el momento de la muerte. Para toda la Humanidad llegará al fin del mundo. Entonces hará pa– tentes su majestad y poderío a todos los hombres. El retorno de Jesucristo al mundo es lo que nos de– biera consolar en este estado caótico por el que atraviesa la mayoría de los pueblos y naciones en esta época mo– derna. Sólo Cristo puede poner remedio a tantas calami– dades como hay en la Humanidad actual. Ahora es el tiempo de elevar a Cristo nuestra plegaria :epitiendo en ella las palabras de Papini: «Tú sabes cuán grande es, precisamente en estos tiempos, la necesidad de tu mirada y de tu palabra. Tú sabes bien que una mirada tuya puede conmover y cambiar nuestras almas; que tu voz puede sacarnos del estiércol de nuestra infinita mi– seria; Tú sabes mejor que nosotros, mucho más profun– damente que nosotros, que tu presencia es inaplazable en esta edad que no te conoce» (Vida de Cristo). También suspirando por la venida de Cristo al mundo, acomodándonos al espíritu de los primeros cristianos, de– biéramos volvernos ahora a Jesús para recitar la siguien– te oración escrita en forma de salmo, con la que quere– mos terminar este sencillo autorretrato de Jesús.

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