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162 C.(NDIDO DE VIÑAYO, O. F. M., CAP. dos los pqeblos y naciones hasta entonces conocidos, y les parecería una empresa gigante la que les encomendaba el Maestro, superior a sus fuerzas. Mas Él, para animarles a cumplir su misión evangélica y a no desfallecer en me– dio de las luchas y obstáculos que presentaría el mundo a su espiritual conquista, les hace una promesa por de– más consoladora y fortificante. Les asegura que nunca les faltará su presencia amorosa. Y con Jesús el triunfo está asegurado. Por eso les abre el alma a la esperanza, diciéndoles: Yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo. Reflexiones Las palabras dirigidas por Jesús a sus discípulos en un monte de Galilea no sólo contienen un claro perfil de lo que Él era para sus apóstoles durante su vida pública sobre la tierra, sino lo que había de ser para ellos y para todos los q1:1e habían de creer en Él, una vez que se ha– llara en el cielo a la diestra del Padre. Jesús, viviendo en compañía de sus queridos apóstoles, era para ellos su Maestro, su Señor, su amigo, su confi– dente, su amantísimo Padre. En su presencia se desliza– ban las horas dulcemente serenas y una paz de cielo for– talecía los ánimos e inundaba de gozo los corazones. Esto mismo continuará siendo después de su Ascensión a los cielos. Su promesa es terminante: Yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo. Esto es algo inaudito. Sólo Jesús podía hablar así. Cuando un padre o un amigo se ausenta de sus seres queridos, en el exceso de su amor podrá acaso decirles: «Jamás me olvidaré de vosotros. Vuestro recuerdo no se borrará nunca de mi mente. Os llevo en el corazón». Pero no podrá decirles que se queda con ellos siempre para ayudarlos y confortarlos dw:ante su ausencia. Sólo Jesús, dominador del tiempo y la distancia, dice con toda verdad a sus hijos y amigos: Yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo. Y Jesús es fiel a su palabra. Cumple lo prometido. Él
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