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158 C.~~DIDO DE \'I~.\YO, O. F. l\!., CAP. Estos son los que realmente se dejan atraer por el divino Crucificado. Los santos, como Francisco de Asís, se pasan horas y horas contemplando el crucifijo, y a medida que se aden– tran más y más en el misterio de la cruz, sienten la subli– me atracción de Jesús hasta transformarse en Él y vivir de su vida. Jesús atrae a todos los hombres. Les ofrece la reden– ción, la gracia, la fortaleza, el consuelo. Para todo esto ha sido levantado en la cruz, y bajo ella nos inYita a bus– car el descanso de nuestras almas. A nosotros nos toca co– rresponder a esta divina invitación, a fin de gozar de los raudales de vida que han brotado del pecho del divino Crucificado. JESUS NOS PREPARA UN LUGAR Texto evangélico En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Si no fuera así, ya os lo hubiera dicho, porque voy a prepara– ros un lugar. Cuando Yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde Yo estoy estéis también vosotros (Jn. 14, 2). Ambientación del texto Jesús había dicho en cierta ocas10n a los judíos : «Yo soy de arriba» (Jn. 8, 23). Jesús es de arriba, del cielo. Por eso el cielo es para Él algo familiar. Es la casa de su Padre y también la suya. En el cielo piensa y del cielo habla a sus discípulos en la intimidad del Cenáculo. Si– guiendo el modo de hablar de los judíos, que concebían el cielo como un lugar grande donde había muchas ha– bitaciones, Jesús les dice con toda claridad: En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Estas moradas están destinadas para habitación eterna de los suyos. Ya pueden ellos consolarse con esto en la ausencia que Jesús les

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