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AUTORRETRATO DE CRISTO 157 Jesús quiso decir al pronunciar esta frase: «El señor de este mundo va a ser arrojado fuera». Es verdad que el demonio continuará peleando. Ten– tará a los hombres hasta hacerlos caer en pecado ; pero su obra ha quedado destrozada. Él es como aquel que en el fragor de la batalla recibe una herida mortal, y aunque siga luchando, su derrota es segura. Derrota que al fin será un día a todos patente. Jesús fue exaltado en la cruz. Tras su Pasión y Muer– te vino su triunfo completo y definitivo sobre la muerte, el demonio y el pecado. Resucitó triunfante, subió al cielo, donde se halla a la diestra del Padre como Rey y Señor de todo lo creado. Y el triunfo de Jesús es también el nuestro. Formando con Él un Cuerpo místico nos halla– mos ya en cierto modo con Él en el cielo participando de su exaltación. Jesús, en la cruz, atrae hacia Sí a todos los hombres. En Él pueden hallar gracia, fortaleza, consuelo, la salud eterna del alma. Pero la atracción de Jesús pide de nuestra parte la amorosa entrega a ÉL De lo contrario no tendrá eficacia si nosotros oponemos nuestra resistencia a su gracia re– dentora. Para que Jesús nos atraiga necesitamos que la fe en Él se apodere de nosotros de tal manera que nos lleve a rendirnos por completo a su amor. San Pablo habla del gran misterio de la cruz, que no comprendían ni los judíos ni los gentiles, y así dice: «Nos– otros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, mas poder y sabiduría para los llamados, ya judíos, ya griegos» (I Cor. 1, 24). Esta incomprensión del misterio de la cruz continúa ahora en el mundo. Hay muchos cristianos que lo con– sideran como un enigma. Jesús crucificado no ejerce so– bre ellos ninguna atracción. Miran el crucifijo y su expre– sión de dolor y de amor no les dice nada. Su falta de fe les vuelve incomprensible la locura divina de la cruz. Sólo aquellos que están penetrados de una fe honda y viva en Jesucristo atisban la sabiduría y el poder de esta «locura de Dios» que menciona San Pablo (1 Cor. 1,25).

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