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AUTORRETRATO DE CRISTO 151 para con sus hermanos los hombres que gemimos y llora– mos en este destierro. Mas hemos de notar aquí el momento oportuno en que Jesús llama hermanos a los suyos. Fue después de reali– zar nuestra Redención y después de resucitar. Su obra estaba ya consumada. Nos había merecido la gracia con su muerte de cruz v nos la había reafirmado con su Re– surrección. Por est; gracia somos en verdad hermanos de Jesucristo e hijos de Dios. Jesús es el Hijo propio, natural, eterno de Dios, y Él, al morir, nos mereció la gracia que nos hace hijos adop– tivos de Dios, y como tales coherederos con Jesucristo. Él, como hermano, quiere compartir con nosotros la he– rencia de su reino eterno. ¡ Somos hermanos de Jesucristo! ¡ Somos hijos de Dios! Estos dos sublimes pensamientos son capaces de ensan– char los senos de nuestro corazón y llenarlos de amor, de gratitud, de santa alegría. Viajeros del tiempo, no tene– mos aquí ciudad permanente y por fuerza hemos de ir peregrinando hacia nuestra patria eterna. Allí nos espe– ran nuestro Hermano mayor y nuestro Padre celestial. Jesús, como hermano, en el cielo no sólo nos ama y se compadece de nuestras luchas, penas y trabajos, sino que está haciendo de Abogado para con el Padre. Presenta las cicatrices de sus benditas llagas y le recuerda lo que sufrió por salvarnos y abrirnos las puertas del cielo. El Padre, viendo a su amado Hijo, tiene piedad de sus hijos adoptivos, perdona nuestros pecados, y nos otorga cuanto en nombre de su divino Hijo le pidamos. Jesús es nuestro Hermano. Su Padre es nuestro Padre y su Dios nuestro Dios. Nosotros hemos de saber corres– ponder a tanta bondad como Jesús ha tenido con nos– otros los hombres todos. Debemos portarnos como her– manos de Jesucristo y como hijos de Dios. Como herma– nos de Jesucristo es menester que conservemos para con Él amor y ternura de hermanos y procurar asemejarnos a Él por la imitación de su vida. Como hijos de Dios, he– mos de cifrar en nuestro Padre celestial nuestra confian– za plena y rendirle una perfecta obediencia de hijos.

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