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150 C,\NDIDO DE VIÑAYO, O. F. M., CAP. amorosos, advirtiéndole que aún no había llegado la hora de gozarle plenamente. Esto está reservado para el cielo. Luego le da un encargo importante con las siguientes pa– labras, que vienen a ser delicadísimas líneas de su auto– rretrato: Ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios. Con esto declara Jesús ser hermano de sus queridos apóstoles. Y todos cuantos crean en Él pueden hallar en Él un hermano, el más cariñoso. Reflexiones Jesús da el encargo a María Magdalena de decir a sus discípulos que en breve va a subir al cielo. Ellos queda– rán privados de su amorosa presencia. Pero deben con– solarse, porque en el cielo tendrán un hermano que será testigo de sus luchas, penas y necesidades, y ha de escu– char sus ruegos. Allí se halla igualmente su Padre celes– tial en quien deben confiar y a cuya paternal Providencia han de abandonarse con la seguridad que ha de ampa– rarlos y protegerlos. Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios. Esta es una de las frases más bellas, más tiernas, más consoladoras y más profundas que nos conserva el Evangelio y que brotaron de los labios de Jesús resuci– tado. Con ella Jesús se nos retrata y nos manifiesta con toda claridad que es nuestro hermano. Sí; Jesús es nuestro hermano, porque se vistió de nuestra naturaleza para compartir nuestras penas y tra– bajos. El, durante su vida sobre la tierra, dio a entender que era nuestro hermano en los sentimientos del corazón en las palabras humanas, a la vez que divinas, brotadas de sus labios, en las lágrimas que corrieron por sus meji– llas. En todo se hizo igual a nosotros, a excepción del pe– cado. Comió nuestro pan y bebió nuestro vino. Se recostó sobre nuestra madre común que es la tierra. Este hermano que tanto nos amó durante su vida mor– tal, ha subido al cielo, y viviendo en el cielo consen-a en su corazón los mismos sentimientos de amor y ternura

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