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148 CÁNDIDO DE VIÑAYO, O. F. M., CAP. que habrá de reanimarlos, iluminarlos y fortalecerlos en su ausencia. Sólo Él, porque es de verdad amigo, puede hablar de esta manera. El que se precia de ser señor y como tal desea ser tratado, no tiene con sus siervos semejantes con– fidencias. Hay en él muchas reservas ; se guarda secretos misteriosos. Jesús es también Señor, pero no se desdeña en rebajarse hasta hacerse amigo. En Oriente el rey llama amigos a sus oficiales y los trata como a tales. Esto es lo que hace Jesús con los que escoge para primeros minis– tros de su reino. La amistad de Jesús trasciende a todos los siglos. Él quiere ser amigo de todos los hombres. Para ello se hizo semejante a nosotros. La amistad acorta distancias, llena abismos, busca o hace iguales. Jesús, hecho hombre, quiso poner en práctica esta re– gla de la verdadera amistad: «Todas las cosas son comu– nes entre los amigos». Por eso cargó con nuestras penas, con nuestros trabajos, y participó también de nuestros solaces y alegrías. Quiso experimentar nuestras miserias, a excepción del pecado. Jesús, para ser nuestro amigo, nos ha hecho partici– pantes de sus bienes. Nos redimió con su sangre, y con ello nos mereció la gracia que nos hace hijos de Dios y herederos de su gloria. Al revestirse de nuestra carne 3e humilló hasta ser como uno de nosotros. Pero al redimir– nos nos elevó hasta hacernos igual a Él, esto es, hijos de Dios, por adopción de amor, partícipes de su misma di– vinidad. Mas para gozar de los beneficios de la amistad de Je– sús se precisa nuestra correspondencia. Él, con justo de– recho, nos repite las palabras que un día dijo a sus após– toles en el Cenáculo: «Vosotros seréis mis amigos, si ha– céis lo que Yo os mando». Hacer lo que Jesús nos manda es poner en práctica su doctrina evangélica, en especial lo que Él llama «su mandamiento», que es la caridad fraterna. Cristo, al ha– cerse nuestro amigo, es identificado con todos nuestros hermanos, los hombres, y en todos ellos hemos de verle