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136 CÁNDIDO DE VIÑAYO, O. F. M., CAP. ma vida divina. Así dice en el capítulo tercero de su Evan– gelio: «El que cree en el Hijo, tiene la vida eterna» (3, 36). y en el capítulo sexto nos transmite las palabras de Jesús, que repite la misma idea: «El que cree en Mí, tiene la vida eterna» (6, 47). Esta fe en Cristo, según la mente de San Juan, no es una simple creencia en Jesucristo como verdadero Dios. Es la entrega, la adhesión a Cristo con todas sus conse– cuencias, que repercute en toda la vida, en todos los ac– tos. No es una mera luz intelectual que esclarezca el alma sobre la Persona de Jesús, sobre su vida y sus misterios. Es un amor ardiente que invade el alma y consagra toda la vida al servicio de Jesucristo. Esta fe así entendida es una verdadera felicidad. Es un anticipo del cielo. Es ya la vida eterna incoada en este mundo. Es decir, es la vida divina infundida en nuestro corazón, por la cual Jesucristo vive en nuestros corazo– nes, según lo enseña San Pablo (Ef. 3, 17). Esta fe es la que ha hecho los santos. Esta fe era la que tenían los primeros cristianos, los que creían en Cristo por las enseñanzas de los apóstoles, testigos de los hechos de Jesús. San Pedro escribía a. los fieles del Asia Menor y les hablaba de la dicha que tenían de creer en Jesucristo», «a quien-les decía-amáis sin haberlo visto, en quien ahora creéis, sin verle, y os regocijáis con un gozo inefa– ble y glorioso, recibiendo el fruto de vuestra fe, la salud de vuestras almas» (I. Pedr. 1, 8). La fe en Jesucristo, que sin verlo tenían los discípulos de los apóstoles, podemos también tener nosotros. Esta fe nos ha de inundar de «gozo inefable y glorioso» y produ– cir en nuestras almas «la salud», es decir, la salvación, la santidad. ¡ Dichosos de nosotros los que creemos en Cristo ! Nuestra vida espiritual se hará fecunda y rica si ponemos a Jesús por centro de nuestros anhelos, amores y espe– ranzas. Nuestro corazón no podrá menos de inundarse de santo regocijo al caer como Tomás a sus pies para decirle en un acto de adoración: ¡ Señor mío y Dios mío !

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