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AUTORRETRATO DE CRISTO 135 tra carne para salvarnos y acomodar nuestra vida a las exigencias de esta fe, es ponerse en camino de la perfec– ción y acercarse a la verdadera dicha. Jesús, a todos los que deseaban participar de sus favo– res y también a los que pretendían gozar de su amistad, ante todo les exigía la fe en su divina Persona. Mas la fe en Jesús para los que vivían en su compañía no tenía en sí grande mérito. Sus milagros, sus palabras de vida, sus divinos encantos, el halo sobrenatural que se reflejaba en todo su continente, proclamaban bien a las claras su divi– nidad. Dice San Jerónimo: «El resplandor y la majestad velada que se transparentaba debajo de estos rasgos hu– manos, podía con una primera mirada atraer a sí a los que le veían». Sobre todÓ los apóstoles que le acompaña– ban y fueron admitidos en la intimidad de amigos, por fuerza tenían que estar prendados de ÉL Lo incomprensible es que muchos judíos, después de verle, escuchar sus palabras, en las que abiertamente les manifestaba ser el Mesías prometido, y aun siendo testi– gos de sus maravillosas obras, no creyeron en ÉL ¡ Misterio en gran manera profundo! Nadie puede me– dir el abismo hasta donde puede llegar la ceguera humana. La fe en J esucriso se avivó grandemente en los após– toles después de verle resucitado. Aun el incrédulo To– más, después de contemplarle, en el Cenáculo confesó de la manera más clara y sincera su divinidad. Nosotros, considerando el trato y la intimidad que los apóstoles tuvieron con Jesús, quizá pensemos que fueron sumamente felices, porque pudieron verle y oirle. Mas no reflexionamos que aun ahora tenemos un medio para gozar de su presencia y participar de la misma felicidad que ellos tenían viviendo en su compañía. Este medio es la fe. Lo dice Jesús terminantemente: Dichosos los que sin ver creyeron. La fe en Jesucristo es el principio de nuestra vida so– brenatural. Mediante ella podemos decir que gozamos anticipadamente de las delicias del cielo. San Juan nos habla de la grandeza de nuestra fe en Jesucristo, que nos incorpora a 111, de suerte que ya participamos de su mis-

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