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132 CÁNDIDO DE VIÑAYO, O. F. M., CAP. Al decirles Jesús: Soy Yo, les recordaba todo cuanto Él era para ellos: su Maestro, su Señor, su Amigo, su Hermano, su Padre. Y, sobre todo, era el Cristo, el Hijo de Dios. Como tal, lo podía todo. Todos los elementos estaban sujetos a su dominio. Le bastaba una palabra, un gesto para hacer calmar al viento y al mar. Él conocía todas las necesidades de sus discípulos y les hacía objeto de sus ternuras, de sus amorosas solicitudes. En su pre• sencia huía el miedo y se llenaban de valor y confianza. Con Él bien podían conservarse serenos en medio de la tempestad. Para nuestro consuelo, estas palabras de Jesús conti– núan haciendo eco en el mundo de las almas y siguen teniendo para nosotros consoladora realidad. También ahora se acerca a nosotros. Camina a nues– tro lado. Es el más constante y amable compañero de nuestro destierro. Aún más: está en nuestro mismo cora– zón durante la noche de nuestra vida. Se alzan a veces furiosas tempesades. Temblamos ante el peligro de sucumbir en el abismo del pecado o de la desesperación. El Maestro se hace el ausente. Por lo me– nos nosotros no lo vemos ni lo sentimos. Las nieblas de nuestras preocupaciones nos lo ocultan. Lo peor de todo es que tal vez nosotros huyamos de ÉL Se nos presenta con su cruz, con sus espinas, y esto nos amedrenta. Pero si nuestra fe en Él es verdadera; si rompemos los velos que nos lo desfiguran, en el fondo del alma oiremos su voz dulcísima, que nos dice para alen– tarnos y fortalecernos: «¡Animo y confianza! Soy yo. No tengáis miedo. Aquí estoy, en vuestro mismo corazón para llenaros de gracia y de consuelo. Soy Yo ; vuestro Padre y amigo, que sin cesar tengo puestos en vosotros mis ojos para ver vuestras luchas y penas. Soy Yo; el Todo– poderoso, que quiero salvaros a pesar de vuestra ruindad y miseria. Soy Yo, la misma bondad, la misma miseri– cordia». Jesús está con nosotros en medio de las tempestades de la vida. Esto nos puede llenar de fortaleza y de con-