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130 CÁNDIDO DE VIÑAYO, O. F. M., CAP. Él también ahora se alza sobre la Humanidad doliente, abrumada por el peso de incontables miserias y mirán– dola con amorosos ojos, repite las palabras con que en el desierto manifestó sus íntimos sentimientos: «Me da compasión de esa multitud de almas, que en el desierto del mundo se sienten abatidas por los dolores y trabajos de la vida». Jesús se compadece en la medida que nosotros lo nece– sitamos. Él no es como nuestros parientes y amigos. Es– tos no conocen totalmente nuestras penas. Quizá observen nuestras lágrimas, nuestra tristeza reflejada en el rostro; pero no pueden penetrar en el corazón, y así no pueden medir toda la hondura de nuestros dolores. Mas vamos a suponer que lleguen a conocer todos nues– tros sufrimientos. Con harta frecuencia no pueden reme– diarlos. O bien se hallan lejos de nosotros, o no está en su mano remover la causa de lo que nos hace padecer. Lo peor todavía es que en muchas ocasiones no quieren derramar en nuestro corazón el bálsamo del consuelo. Vícti– ma de su egoísmo, no buscan más que la propia comodi– dad. Nuestro bienestar es para ellos una cosa muy secun– daria. Puede ser que vengan a visitarnos cuando nos halla– mos sumidos en el dolor, pero muy pronto se van de nues– tra compañía diciendo que sus obligaciones los reclaman. Sólo Jesús se compadece en verdad de nosotros, por– que Él solo conoce cuanto sentimos y penamos, y porque puede y quiere prestarnos el alivio que hemos menester Pero no seamos de rastreras miras. El alivio que Jesús sabe, puede y quiere prestarnos es, ante todo, del orden espiritual. No vayamos a creer que Él, sin más ni más, va a remediar todos nuestros males físicos. Esto no entra muchas veces en el plan de la divina Providencia. Nos conviene soportar muchas penas y tribulaciones para en– trar en el reino de Dios. Esto no ha de menguar para nada nuestra confianza en ÉL Nos basta con saber que Él conoce cuanto pasa por nosotros, y que puede y quiere remediar nuestras dolen– cias. No tenemos más que abandonarnos en sus manos y esperar, que en todas las cosas ha de buscar nuestro bien.
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