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AUTORRETRATO DE CRISTO 115 desprendernos de nuestra doblez de miras, de nuestras rastreras ambiciones, de nuestras excesivas preocupacio– nes por nuestros intereses personales, de nuestras vergon– zosas concesiones al respeto humano. Es preciso echar de nosotros el espíritu farisaico que sin darnos cuenta se apodera de nosotros. Nos preciamos mucho de nuesro propio valer, de nuestra virtud, de nuestros méritos. Y esto es lo que Jesús condena con su doctrina y en su manera de portarse con las almas. Hay que hacerse como niños. Lo que nos hace niños en la divina presencia es la pureza, la humildad, la sencillez de vida, juntamente con una ilimitada confianza en Dios. Estas cualidades de la infancia espiritual son los re– cursos que hallan muchas almas para ser especialmente amadas de Jesús. Vienen a ser estas almas como aque– llos pequeñuelos atrevidillos que se acercaban a Él para recibir su bendición. Con su candor e inocencia llegaban a robar las caricias de las bondadosas manos de tan que– rido Maestro. De igual modo las almas que practican la infancia espiritual, como Santa Teresita de Lisieux, roban los tesoros de las gracias del Señor. He aquí el camino para merecer los abrazos y las ben– diciones de Jesús : salir del propio yo y esperarlo todo de ÉL Esto es : empequeñecerse, hacerse niños. Todo el secreto de la vida espiritual está en atraer hacia nosotros la gracia de Dios. Y la gracia de Dios se atrae con el vacío de nosotros mismos y con el abandono en los brazos amoro– sos de Jesús. Jesús ama a los niños y a los que se hacen como ellos. Para ser grande en su reino hay que hacerse pequeño. Para subir hay que bajar. Así es como podemos reconocer que somos nada y que Jesús lo es todo.

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