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114 c,{NDJDO DE VIÑAYO, O. F. M., CAP. Reflexiones Este rasgo del santo Evangelio nos pone de manifies– to la índole suavísima de Jesús. Le encantaban los niños. Las palabras dirigidas a los Apóstoles nos revelan los sentimientos de su amantísimo Corazón. Vienen a ser fi– nísimas pinceladas de su autorretrato. Según la mentalidad judía, los niños no eran dignos de tenerse en cuenta en la sociedad. Se miraban con me– nosprecio. Estaban muy lejos de ser apreciadas las en– cantadoras cualidades que resplandecen en ellos. En cambio, Jesús veía a los niños de muy distinta manera. Se sentía atraído hacia ellos y los amaba. El can– dor, la inocencia, la sencillez, la docilidad, la pureza de alma y cuerpo rt!flejada en su rostro, conquistaba sus afectos y le mo-vían a prodigarles sus caricias. Pero en el amor de Jesús a los niños podemos reco– nocer además la inmensa ternura que sentía hacia todos los hombres sus hermanos. Contemplando a los niños, ve– nía a su mente la naturaleza ,humana, en el estado de inocencia, sin la corrupción que ahora se anida en ella y es causa de mil pecados y vicios. Percibía igualmente el reflejo de la hermosura divina que adquirirían todos los que habían de pertenecer a su reino al ser regenera– dos por la gracia, y sobre todo la belleza recobrada en la resurrección gloriosa. Jesús amaba también los niños, por ver en ellos el sím– bolo de las almas escogidas que forman las delicias de su corazón. Para ello se requiere hacerse niños, es decir, pequeños, humildes, reputarse por nada. Dios pone sus complacencias en aquellos que reconocen su pequeñez. En cambio, rechaza a los orgullosos, que se creen tener derecho a ser apreciados. .Las almas adornadas de las cualidades espirituales del niño atraen las miradas de Jesús y sobre ellas derra– ma su gracia en abundancia. La infancia espiritual es un medio en gran manera excelente para conquistar su di– vino Corazón. Para llegar a poseer esta virtud evangélica necesitamos

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