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1l:! cANDIDO DE VIÑWO, O. F. M., CAP. una llamada a su conciencia para que atiendan y refle– xionen sobre esta frase de Oseas : "Yo quiero la miseri– cordia y no el sacrificio» (Os. 6, 6). Dios no se cansa de ofrecer a los hombres culpables su misericordia. Dios es amor y se complace más en perdonar a los hombres que en recibir de ellos sacrificios. Jesús es la misma misericordia vestida de nuestra carne. Él vino al mundo para salvar a los hombres, y en sus predicaciones no hace sino pregonar su mensaje de perdón y de gracia. Se acerca a los pecadores, los llama a penitencia. Quiere cambiarlos, transformarlos, renovar– los, hacerlos partícipes del reino de Dios. El reino de Dios lo ofrece Él a todos. Quiere estable– cerlo en todas las almas. Pero los que más necesitan el mensaje de salvación son los pecadores. Los justos no tienen tanta necesidad de este divino llamamiento, por– que ya viven en unión con Dios, y por ello pertenecen ya a su reino mediante la gracia. Mas e11¡ presencia de Dios todos debemos considerar– nos pecadores. Necesitamos que Jesús se acerque a nos– otros y nos haga objeto de su misericordia. No presuma– mos de justos con los escribas y fariseos. Por eso no sen– tían la necesidad de Jesús, y apartados de Él, rechazando su gracia, perseveraron en sus pecados. Nuestra actitud ante Jesús debe ser la del humilde reconocimiento de nuestra miseria. Seamos justos o pe– cadores, debernos desear que Jesús nos haga objeto de su misericordia. Sin esta misericordia, si estamos en pe– cado no podemos alcanzar la gracia; y si vivimos ya en gracia, nos será imposible perseverar en ella. La misericordia de Jesús debe ser nuestro consuelo al vernos llenos Ge pecados e imperfecciones. En ella de– bemos cifrar nuestro apoyo y nuestra esperanza. Si vaci– lamos en el camino de la virtud, Jesús nos puede soste– ner. Si caemos, Él nos puede levantar. Él es médico divi– no que conoce perfectamente nuestras dolencias, y quie– re y puede poner remedio a ellas. Para que Jesús nos sane, basta que con toda sinceri– dad y humildad reconozcamos nuestras miserias y acu-

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