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l08 C.\1'.DIOO DE Vl:\,\YO, O. F.~[., C\P. Reflexiones Jesús se revela aquí como el mejor de los maestros, en cuya escuela sus discípulos pueden encontrar la paz y la dicha. Está muy lejos de la severidad que repele a las almas. Él no intehta oprimir las conciencias con mu– chos preceptos, como lo hacían los rabinos. Ni tampoco imponer gravísimas penas por las transgresiones de ellos. Su escuela es de amor, de mansedumbre y de humildad. Un maestro así no puede menos ele conquistar los co– razones. Las palabras ele Jesús dirigidas a sus discípulos tras– cienden a todos los siglos. Deben hacer eco también en nuestras almas. Él sigue repitiéndonos ahora: Aprended de lvlí. Es decir, entrad en mi escuela. Yo soy vuestro Maes– tro. Recibid mis lecciones de vida. Ponedlas corno nor– mas de conducta y seréis perfectos. En verdad que son sublimes las lecciones que Jesús nos da con sus palabras y sobre todo con sus ejemplos. Lecciones de Belén, de Nazaret, de las ciudades, campos y mar de Galilea; lecciones, sobre todo, del Calvario. To– das ellas contienen horizontes de luz y son muy dignas de meditarse. Toda su vida es la más maravillosa escuela de las más excelsas virtudes: pobreza de espíritu, humil– dad, mansedumbre, caridad para con el prójimo, compa– sión para con los desgraciados, sumisión a la voluntad de Dios. ¿ Qué son las máximas del mundo al lado de las lec– ciones de Jesús? Vanidad, engaño. Las palabras de los hombres pasan y se desvanecen en el viento. Las lec– ciones de Jesús permanecen siempre. Ellas son las úni– cas que señalan el derrotero que conduce a la verdadera grandeza. Jesús nos da las razones por las que debemos mover– nos a formar parte de su escuela y escuchar sus leccio– nes de vida. Él es un Maestro manso y humilde de cora– zón. Todo Él transpira benignidad. Nada hay de excesivo rigor en su trato. Es todo amable. Sus palabras caen so-
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