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106 CÁNDIDO DE VIÑAYO, O. F. M., CAP. gota, no fue sino la imagen de la cruz interior que abru– maba su corazón y en todo momento le afligía. Pero el anuncio de su Pasión lo completa Jesús dicien– do que al tercer día había de resucitar. El sufrimiento pasó en breve. Tras la lucha vino la victoria. Después de la muerte, la vida inmortal, llena de gloria y regocijos eternos. La Pasión y muerte de Jesús serían inexplicables si no hubieran sido seguidas de la resurrección. Sin embargo, las palabras de Jesús preanunciando su Pasión, Muerte y Resurrección, para sus discípulos eran ininteligibles. El misterio de la cruz no cabía en su men– talidad. El Maestro se lo había ya predicho; les había hablado además de la pobreza, del renunciamiento, de la necesidad de llevar la cruz. Mas ellos seguían con sus men– guadas aspiraciones de prosperidad material. Querían un Mesías según la mente judía, lleno de poder y gloria tem– porales. Desconocía11 por completo los planes de Dios. El reino de Jesús no es de este mundo. Es un reino espiri– tual compuesto de almas. Y para lograr su conquista de– bía pasar por los dolores e ignominias de su Pasión y Muerte. Como los apóstoles, hay muchos cristianos que no entienden o no quieren entender las palabras de Jesús. El misterio de la cruz es también para ellos incompren– sible. Quisieran un Salvador, almibarado, sin espinas, sin cruz y sin exigencias por parte de los que han de seguirle. Por eso el ejemplo y la doctrina de Jesús es para ellos un enigma inexplicable para su inteligencia. Sin embargo, lo que Jesús enseña con su vida y con sus palabras es algo que es preciso aceptar sin vacilación alguna: En ello hemos de meditar para asimilarlo y aco- • modarlo a nuestro modo de ser, de obrar y de vivir. Je– sús nos ha trazado un camino que es necesario recorrer si queremos alcanzar nuestra perfección y participar de su gloria. Nos es preciso subir a Jerusalén, es decir, ir por la vida con la cruz al hombro en dirección a la Jerusalén celestial, donde Jesús nos espera. En nuestra ascens1on al cielo es imprescindible practicar la mortificación, !a
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