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96 CÁNDIDO DB VIÑAYO, O. F. M., CAP. madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo». Jesús conocía muy bien los sentimientos de su Madre y los de sus parientes. Mas, para hacer ver que estaba desligado de todos los afectos familiares, pregunta con extrañeza : «¿Quién es mi madre y quiénes son mis her– manos?» Luego, dirigiendo tranquilamente su mirada al rededor suyo, y señalando con la mano a sus discípulos, dice: Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que cumple la voluntad de mi Padre celestial, será mi hermano y mi hermana y mi madre Reflexiones No podemos negar que Jesús, como hombre que era, debía de abrigar en su corazón el amor natural que todo ser humano conserva para con sus familiares y parientes. Jesús amaba, sobre todo, a su Madre con cariño inmenso, cual ningún otro hijo, por amante que sea, podrá amar a la suya. Si parece no hacer caso de la Madre y de los parientes cuando llegaron a Cafarnaum para visitarle, no es que les haya perdido el afecto que les profesaba, sino que únicamente quiere manifestar con esto su alteza de miras e ideales. Desea también dar una lección prove– chosa para todos aquellos que siguiendo sus enseñanzas del Evangelio, se proponen servir a Dios. Jesús, una vez comenzada la predicación del reino de Dios, se sentía desligado de la familia. Por encima de todos los afectos humanos está su deber de Redentor v santificador de las almas. Su corazón se ha dilatado d~ forma que su alma ya no conoce fronteras. Se propone formar en torno suyo una familia espiritual con la cual se conservará unido con lazos más puros, más fuertes, más compenetrativos que los que vienen de la carne y de la sangre. La familia de Jesús la compondrán en adelante aque– llos en los cuales se establezca el reino de Dios. No es extraño que señalando a los apóstoles haga esta confi– dencia : Estos son mi madre y mis hermanos.
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