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Mi juicio sobre otra persona puede ser inexacto o falso, por– que no he llegado a conocerla bien o porque le tengo antipatía. En el primer caso es un juicio defectuoso sin culpa; en el se– gundo es un juicio· defectuoso por culpa mía. Lo mismo puede ocurrir en un juicio legal. Se acusa a un hombre al que se cree culpable, porque hay sospechas fundadas respecto de él. Todas las apariencias le condenan y se falla contra el mismo. Sin e!llbargo, puede ocurrir que e1\ alguna ocasión sea inocente. Otras veces será la malicia de los hombres. Se acusa a uno de un crimen y se buscan testigos falsos. El reo no sabe defenderse y es condenado a pesar de ser inocente. De hecho en todos los juicios l;l~y siempre cosas que no que– dan claras y casi siempre hay también un poco de mala v.oluntad en los acusadores. Y es imposible llegar a conocer las cosas con toda claridad. La mayoría de los juicios humanos resultan por este motivo insuficientes, aunque sean verdaderos. De todo ello se concluye que la conducta del hombre no puede tomar como norma el juicio de los hombres, por ser defectuoso e insuficiente. 3. EL JUICIO DE DIOS Totalmente de otra manera es el juicio de Dios, a quien están patentes todas las obras de los hombres y sus más entreveladas in– tenciones. Su juicio es verdadero, exacto y completamente imparcial. Dice San Pablo que Dios no es aceptador de personas (Rm 2, 11). Frente al juicio de Dios nos puede asaltar el temor de que en– cuentre en nosotros maldades que no conocemos y que sean causa de nuestra condenación. Pero más bien debemos poner nuestra mira en la manera divina de juzgar las cosas, con la confianza de que en– tonces su ju~cio nos será favorable. 66 «Cuanto a mí - dice San Pablo- , mu11 poco me da ser juzgado por vosotros o de cualquier tribunal humano. Pero tampoco yo mismo me _juzgo; porque aun cuando de nada me arguye la conciencia, no por eso quedo justifi– cado, sino que quien me juzga es el Señor. Así no os hagáis antes de tiempo jueces de nada, hasta que viniere el Señor, el cual sacará a la luz los secretos de las tinie– blas y pondrá al descubierto los desienios de los corazo– nes, y entonces le vendrá a cada uno la alabanza de parte de Dios)) (1 Co 4, 3-5).
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