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Los apóstoles reconocieron la divinidad de Jesús y San Pedro le confesó: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vi– vo» (Mt 16, 16). Santo Tomás, al verle resucitado de ve– ras, le dice: «Señor mío y Dios mío» (J n 20, 28). San Juan dice de Jesucristo en su primera carta: ce El es el verdade– ro Dios y la vida eterna» (1 J n 5, 20). Y San Pablo escribe a los Romanos: De los israelitas «procede Cristo según la carne, quien es sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos» (Rm 9, 5). Para demostrar esta verdad realizó Jesucristo los más estupen– dos milagros, especialmente el de su propia resurrección. Jesucristo es hombre verdadero: Es decir, tiene naturaleza hu– mana, que consta de cuerpo y alma. Me amó y se entr egó por mí.
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