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Estas cosas mutuamente dependientes se hallan en cambio cons– tante - aparecen y se destruyen-:--, Esto . significa que no tienen el ser por sí mismas, es decir, que pueden ser o no ser. Y lo '. que no tiene el ser por sí mismo, necesariamente de– pende de otro para poder existir. Y una cadena infinita de seres es absurda, pues no existiría un ser primero razón de los de– más. Y donde no existe primero no puede haber segundo ni tercero, etc. Hay que llegar, pues, a un ser primero que no dependerá de na– die. Tiene que tener el ser por sí mismo, ser inmutable y necesario. Este es Dios. De no llegar a la afirmación de Dios como razón de todo cuanto existe, habría que reconocer que todo es absurdo. Y lo absurdo es igual a lo imposible. 4. EL ORDEN DEL UNIVERSO Independientemente de nuestra inteligencia la máquina gigantes– ca del universo funciona con orden maravilloso. La ciencia constata cada día mayores profundidades en la constitución de la materia (piénsese en el mundo de los átomos). Los organismos vivos están igualmente constituidos según un or– den perfectamente calculado. Todas estas leyes, que tienden a un fin y se acomodan y comple– mentan unas con otras, son indicio infalible de una inteligencia su– prema que las rige y sin la cual serían inexplicables. Esta inteligencia no puede ser más que Dios. No es ·extraño que muchos astrónomos e investigadores de la naturaleza queden pasmados ante tanta maravilla, sintiendo que realmente «los cielos pregonan la gloria de Dios». 5. LA VOZ DE LA CONCIENCIA Todo hombre siente en su interior el imperio de una ley supe– rior a sí mismo que le induce al bien y ]e prohibe el mal: «Debes . hacer esto)); «esto no debes hacerlo», .. No podemos determinar a nuestro antojo lo bueno y lo malo. Lo tenemos que reconocer ya determinado por alguien superior a nosotros. Ese Legislador Supremo, al que percibimos de algún modo también como testigo y _iuez de nuestros actos, es Dios. 21
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