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La existencia del infierno la atestigua muchas veces la Sagrada Escritura. Jesús exhorta a preferir sacarnos los ojos o cortarnos los brazos en esta vida, antes que ser arrojados en el fuego inextinguible (Mt 5, 27-30). Y San Juan, en el Apocalipsis, describe así el castigo de los pecadores : El que adore la bestia o se haga ser– vidor del diablo «beberá el vino del furor de Dios ... y será atormentado con el fuego y el azufre ... y el humo de su tormento subirá por los siglos de los siglos, y no tendrá reposo día y noche» (Ap 14, 9-11). Que el infierno es eterno lo dice expresamente Jesús al terminar su descripción del juicio final: ((E irán los de la izquierda al suplicio eterno y los justos a la vida eterna» (Mt 25, 46). Tan eterno es el infierno como el cielo. La auténtica seriedad de la vida del hombre radica en la posi– bilidad de condenarse para siempre. Y sólo porque esto es posible, se explican los extremos de pade– cimiento a que Cristo llegó para librarnos del pecado. Las penas del infierno son de dos maneras: 1) Pena de daño, que será el tormento más hondo , porque con– siste en la privación de Dios, que es el fin último y el bien supremo, El alma, sin poder descansar en Dios, no encontrará nunca jamás cosa que la consuele. 2) Pena de sentido, que consistirá en el tormento del fuego inex– tinguible .que abrasará el alma y también el cuerpo después de la resurrección. Las penas del infierno serán mayores para quien más haya pe– cado. lo supone San Pablo al decir que el justo JueL, «dará a cada cual según sus obras» (Rm 2, 6). Quiénes van al infierno, ya lo sabemos: los que mueren en pe– cado mortal. 6. LA GLORIA La gloria o el cielo es el fin último para el que Dios creó a los hombres y consiste en un estado y lugar ·en que se T';ve la misma vida de Dios en perfecta felicidad. 124 En este mundo nos damos cuenta de que las cosas creadas no pueden satisfacer totalmente el corazón del hombre.

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