BCCCAP00000000000000000000494

mo: «Quien no naciere de arriba, no podrá entrar en el reino de Jos cielos» (J n 3, 3). - hace al hombre partícipe de la naturaleza divina, de modo que pasa a vivir la vida de Cristo en Dios (ahora en la oscuridad de la fe; en el cielo, con la claridad de una visión directa e inmediata). Dice San Pedro: (El divino poder) nos hizo m~rced de preciosas y ricas promesas para ·hacernos así partí– cipes de la divina naturaleza» (2 P 1, 4). -- convierte al hombre en hijo adoptivo de Dios. Esta adopción divina no es sólo exterior, como la adopción humana, en que los padres no pueden dar la vida al hijo que adoptan. El Padre celestial nos comunica su vida, aunque no de modo natural como se ]a da al Verbo. «Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que sea– mos llamados hijos de Dios y lo seamos>> (1 J n 3, 1). «Habéis recibido el espíritu de adopción por el que cla– mamos: ¡ Abba, Padre! > (Rm 8, 15). - hace al hombre templo del Espíritu Santo. Aunque Dios está también en el alma en pecado, sin embargo, por la gracia se hace presente de un modo nuevo, sobre– natural y amoroso. «¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Es– píritu Santo, que está en vosotros y al que habéis reci– bido de Dios 7n (l Co 6, 19). De estos cuatro efectos se siguen otros muchos, como son: - una amistad especial entre Dios y el hombre; -- una hermosura sobrenatural del alma; etc. 5. PERDIDA DE LA GRACIA Pérdida de la gracia sü~nifica la ruptura de la relación sobrena– tural con Dios por parte del hombre. El hombre rompe su relación de amor con Dios cuan– do comete el pecado mortal, amando más su propio gusto que la voluntad de Dios. Sólo el pecado mortal es causa de la pérdida de la gracia santi– ficante. Los pecados veniales no van directamente contra el amor de Dios, pero sí disminuyen su fervor. Y contribuyen a que se pier– da la gracia al debilitar la voluntad predisponiéndola así a caer en el pecado mortal. 21

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz