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2) ¿Quién enseña precisamente el valor divino de la Sagrada Escritura a los hoinbres? No puede ser nadie más que una sociedad con autoridad para ello: la Iglesia. En la Biblia se lee cómo San Pablo recomienda a Timoteo que elija a hombres capaces de enseñar a los demás lo que él había oído al mismo San Pablo. Más claro no se puede decir que la Iglesia, tiene potestad de enseñar. Y fue contra estrr enseñanza contra la quP se opusieron los pro– testantes. 3) ¿Cómo explican la asistencia eonstante del Espíritu Santo en la Iglesia? Pues según lo¡.; protestantPs hubo unos cuantos siglos sin que nadie entendiera el mensaje evangélico, hasta que vinieron ellos. Sin embargo, la Sagrada Escritura dice que el Espíritu Santo estará siempre con la Iglesia, con la finalidad precisa de hacer entender el mensaje de ,Jesús. (Jn 14, 16. 2G). 7.---LA DOC'l'RINA PROTES'l'ANTE Al no admitir más antoriclad de Pn.c,cüar que la Sagrada Escri– tura, sucede que cada uno la entiende como le parece, originúndose gran diversidad de doctrinas y sPctas. Desde el siglo pasado existen entre loci prulC'i1anles dos tcn– dencias doctrinales: 1) Conservadores: que mantienen las verdades fundamentales del cristianismo: Cristo es Dios hecho hombre, que murió por sal– varnos, etc. 2) Racionalistas: que entienden el Evangelio como algo huma– no con un gran valor moral, pero negando toda verdad rpvelada y sobrenatural. Estos han dejado de ser cristianos y aqni sólo nos referiremos a los primeros, que son la mayoría. Los protestantes generalmente niegan la eficacia de loii sacra– mentos. Los luteranos niegan la existencia de la gracia santificante en el alma diciendo que al hombre le basta con tener fe en Cristo psi,ra salvarse. Admiten, sin embargo, la presencia de CrL'íto en la Eucaristía, que niegan los calYinistas. Hay quienes llegan a nrgar la divinidad de Jesucristo. En lo que todos coinciden ps Pn decir qu0 la Iglesia Católica esclaviza la Palabra de Dios con sus leye::; humanas pretendiendo quitar a Dios su dominio absoluto sobre las conciencias. Pero este disparate es una calumnia burda. La Iglesia no tiene más autoridad que la que Dios le dio, y someterse a la Iglesia es someterse a Dios. «El que a vosotros oye, a mí me oye,> (Le 10, 16),
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