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Es el punto final de nuestra deducción. Como en el orden de causas creadas se llega inexora– blemente a una Causa incausada, que es Dios, si no queremos caer en un proceso infinito, lo mismo en la argumentación de nuestra fe llegamos a un testimonio que no se apoya en ningún otro más que en sí mismo: la Palabra corroborada por el Espíritu, y el Espíritu confirmado por la Palabra. "El Espíritu es el que da testimonio, porque el Es– píritu es la verdad" (1 Jn 5, 7). "Yo soy el que doy testimonio de mí mismo y también el que me ha enviado, el Padre, da testimonio de mí" (Jn 8, 18). Estamos dentro del misterio trinitario, sin po– sibilidad de encontrar ninguna razón ulterior, por– que más allá de Dios no hay nada. El testimonio apostólico vale no por sí ("a nadie llaméis maestro") sino por su coincidencia con la Palabra ("el único Maestro"). Por eso San Juan re, sume: "Todo el que cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios" (1 Jn 5, 1). Es la escena de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo: "Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo ... Bienaventurado eres porque no te lo ha revelado la carne ni la san– gre sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16, 16-17). Concluye San Juan: "Si aceptamos el testimonio de los hombres, mayor es el testimo– nio de Dios, pues este es el testimonio de Dios que ha testimoniado acerca de su Hijo. Quien cree en el Hijo de Dios tiene el testimonio en sí mis– mo" (1 Jn 5, 9-10). El problema de la conciencia y su primacía coin– cide con el problema de la fe. Se impone por sí misma, y no hay argumento racional válido que origine la fe: ésta es don de Dios. Siempre cabrá cierta duda cuando uno está fuera de esa expe– riencia de Dios. Se requiere humildad. Encontra– mos escrito: "La experiencia de Dios, precisamen– te porque no posee ningún criterio de verificación distinto de Dios mismo y propio de esta dimen– sión, es en esta vida necesariamente ambigua. Cuando acontece se impone por sí misma, pero no elimina la posibilidad de la duda ulterior, en el 97 7 Liberación de la vida religiosa