BCCCAP00000000000000000000490

cas en favor del propio magisterio y de la tradi– ción que ellos instauran. Son también las cartas del último período principalmente: "Manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta" (2 Tes 2, 15). San Juan es tajante: "Nosotros so– mos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha. En esto cono– cemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error" (1 Jn 4, 6). Las frases una y otra vez repetidas por los Apóstoles parecen contraponer la doctrina de los falsos maestros (contra los que hay que estar pre– venidos) y la doctrina que los mismos Apóstoles trasmiten. Se diría que el origen apostólico es se– ñal de autenticidad frente a cualquier otra autori– dad que pueda circular entre los cristianos. Sin embargo San Pablo en su carta a los Gálatas tiene una expresión desconcertante: "Pero aún cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado ¡sea anatema! Como lo tenemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido ¡sea anatema!" (Gal 1, 8-9). San Pablo se atrnve a des– valorizar la autoridad misma de los Apóstoles e in– cluso de un enviado celeste: "Aún cuando nos– otros mismos o un ángel del cielo". No son los trasmisores de la doctrina, sino la doctrina misma la garantía de la verdad. Es la Palabra con ma– yúscula, la Palabra hecha carne, la garantía de la verdad. Volvamos a la formulación principal: "Vosotros no os dejéis llamar maestros porque uno solo es vuestro Maestro" (Mt 23, 8). Hay que repetirlo hasta la saciedad: el Maestro es uno solo, está vivo, continúa activo mediante el Espíritu y no admite sustitutos. Colaboradores sí, pero en plan subsidiario. Todos dependemos del Espíritu. La verdadera doctrina sólo puede ser conocida y aceptada mediante el Espíritu: "Tened presente que ninguna profecía de la Escritura puede inter- 94

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz