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No se. trata de un poder arbitrario y caprichoso. San Pablo advierte: "Mire cada cual cómo cons– truye! Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo" (1 Co 3, 10-11). El magisterio de los hombres debe procurar la fide– lidad al Espíritu. Imaginarse al Espíritu como sim, ple ratificador de las decisiones humanas, es mons– truoso. Los últimos escritos de los Apóstoles nos ponen en guardia contra los falsos maestros (3). He aquí algunas de sus frases: "Te rogué mandaras a al– gunos que no enseñasen doctrinas extrañas ... Algunos, desviados de esta línea de conducta, han venido a caer en una vana palabrería; pretenden ser maestros de la ley sin entender lo que dicen ni lo que tan rotundamente afirman" (1 Tim 1, 3-7). "Si alguno enseña otra cosa y no.se atiene a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que es conforme a la piedad, está cegado por el orgullo y no sabe nada; sino que padece la enfermedad de las disputas y contiendas de palabras ... propias de gentes que tienen la inte– ligencia corrompida, que están privados de la ver– dad y que piensan que la piedad es un negocio" (1 Tim 6, 3-5). Las ideas de San Pablo las corrobora San Pe– dro: "Hubo también en el pueblo falsos profetas, como habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán herejías perniciosas y que, negando al Dueño que los adquirió, traerán sobre sí una rápida destrucción. Muchos seguirán su libertina– je y por causa de ellos el Camino de la verdad será difamado. Traficarán con vosotros por codicia, con palabras artiticiosas" (2 Pe 2, 1-3). Las citas podrían aumentarse. La preocupación por los falsos maestros aflora en Pablo, en Pedro, en Juan, en Santiago, en Judas. Frente a esta ac– titud de reserva, chocan las afirmaciones categóri- (3) De hecho ha sido una preocupación de siempre desenmascarar a los falsos profetas. Puede leerse: ANGEL GONZALEZ, NORBERT LOHFNIK y GERHARD VON RAD, Profetas verdaderos, profetas fal– sos (Salamanca, Sfgueme, 1976}. 93