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Maestros falsos y verdaderos Ya hemos visto cómo el Espíritu habla a todos, sin necesidad de intermediarios. Para el foro in– terno, nos basta el Espíritu. Pero somos cuerpo, estamos abiertos a los demás y vivimos en con– vivencia y comunidad. Hay una serie de relacio– nes interpersonales que exigen un medio coordi– nador, colaborador en el foro externo con el mismo Espíritu Santo. Nos estamos refiriendo a los Após– toles y a sus sucesores: "Sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20, 22). "Que– daron todos llenos del Espíritu Santo y se pusie– ron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse" [Hech 2, 4). Quedan así establecidos los dos caminos nor– males de la Palabra a través del Espíritu: en la in– timidad de la conciencia de cada hombre, y en los Apóstoles o jerarquía de la Iglesia. Siendo el mismo Espíritu el que habla, es evidente que no puede haber contradicción entre ambos cauces le– qítimos de la Palabra. El Espíritu no puede contra– decirse a sí mismo. Cuando nos encontramos en casos concretos an– te una discrepancia entre la conciencia y la auto– ridad, uno de los dos cauces refleja equivocada– mente la palabra del Espíritu. Se suele afirmar que es la jerarquía quien debe prevalecer sobre la con– ciencia individual. Creo que esta afirmación debe ser matizada, con todos los respetos. Por supues– to que hay un Magisterio infalible, pero el ámbito de ese magisterio infalible es bastante restringido. Las definiciones "ex cathedra" y las definiciones de los concilios ecuménicos son bien concretas. Extender la infalibilidad más allá de sus límites es un error, y a través de la historia de la Iglesia hemos tenido que lamentar casos de quienes se consideraban infalibles sin serlo. No es el Espí– ritu quien se tiene que adaptar a la jerarquía, sino los jerarcas al Espíritu. Si han recibido el Espí– ritu no es para manipularlo ni para dominarlo, sino para servirle, ser altavoces de su amor y perdón. 92

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