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ABRIENDO CAMINOS Hace tres años los capuchinos de Castilla, pro– vincia española de venerable tradición, decidieron celebrar una asamblea que, sin tener la. formali– dad jurídica y las restricciones propias de los lla– mados capítulos, reuniese al mayor número de re– ligiosos. En el roce diario se había llegado a una violenta tensión entre dos grupos visiblemente opuestos. La asistencia no fue masiva. Muchos no acudie– ron previendo lo que iba a suceder o simp!emente por miedo a ser impelidos a cuestionar y a se;· interpelados. Y entre los presentes no fue posible ni el diálogo ni la programación conjunta. El an– tagonismo de ambas corrientes parecía irreconci– liable. En Los Negrales (pequeña localidad de la pro– vincia de Madrid) los más ancianos (preciso es decir que la biología en este caso jugó un papel decisivo a la hora de adoptar posiciones, esgri– mieron, sin recato alguno, todo su furor (santo o simplemente "indignado"] para defender lo que, según ellos, era insustituible y perenne. Temas tan abiertamente sugeridos por el Concilio y por las constituciones particulares como la pluriformi– dad, la libertad de espfritu y la apertura a los sig– nos de los tiempos, fueron duramente recrimina– dos y bloqueados, alegando que, de permitirse su agilización; la institución dejaría de ser lo que siempre había sido. Los jóvenes, en cambio, más optimistas y menos iracundos, cayeron en la cuenta de que, aún respetando a quienes deseaban "morir en paz", tenían el deber de abrir nuevos cauces a la pro– vincia y a sus miembros, si querían perdurar y 7

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