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ese instinto que se supone viene del Espíritu que habita en nuestros corazones? ¿No tenemos en ello bastantes pruebas en la historia de la Iglesia? ¿No cayeron muchos de estos movimientos i\u– rninistas y espiritualistas en la herejía y en el cisma? Habría mucho que decir sobre estos mo– vimientos cuya yugulación por la jerarquía de aquel momento no fue precisamente un timbre de ho– nor para ella. ¡Cuánto trigo del bueno fue arran– cado junto con la cizaña! El módulo es el amor, como primado, acompañado de la mente. Así mismo hay que advertir que el Espíritu fue dado a la comunidad como tal y que es después de ser el don de la comunidad cuando pasa a ser el don de los individuos que son incorporados a esta co– munidad. De aquí se infiere la regla de actuación cristiana: todo tiene que ser hecho "en comunión" puesto que un individuo no agota ni mucho me– nos la capacidad del Espíritu. Uno tiene que saber– se parte de la gran entidad, tiene que saber es– cuchar a los otros, respetando lo que el Espí1·itu haya susurrado a los demás" (10). Cautelas de la propia co11cie11cla ¿Es el primado de la conciencia una llamada al libertinaje? De ningún modo. Si la conciencia es obediencia al Espíritu, no podemos caer en la ar– bitrariedad o en hacer lo que a cada uno le dé la gana, que parece ser el gran miedo que algunos tienen a esta doctrina. Aquí tenemos que decir lo mismo que dijimos de la libertad cristiana: que tiene sus propios lími– tes en la libertad de los hermanos. La conciencia tiene también sus límites en la conciencia de los hermanos. La conciencia recta exige actuar evitando el es– cándalo, por cuanto la caridad es la norma suprema del cristiano. "Pues algunos, acostumbrados _hasta (101 ROVIRA TENAS. o.e., pp. 89-90. 83

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