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gue siendo todavía la página más negra de la Igle– sia Católica. El propio Concilio Vaticano II sintió la obligación de pedir públicamente perdón por los pecados cometidos contra el hombre y su con– ciencia. Pero si esto es verdad, también es cierto que la Iglesia, en su doctrina no ha traicionado ja– más esta verdad suya fundamental y creativa, es– to es, que la conciencia está siempre por encima de toda ley externa y que el Dios cristiano será en definitiva el que juzgue al hombre por la fideli– dad a su propia conciencia, más que por su fide– lidad a cualquier otra ley ... Es indudable que du– rante mucho tiempo esta verdad ha permanecido en la sombra. Los motivos son muchos. Por hon– radez, no podemos excluir cierta instrumentalidad del poder eclesiástico, al que convenía en deter– minados momentos históricos cargar las tintas sobre la fidelidad al magisterio para salvaguardar un concepto de obediencia a ultranza" (8). San Francisco reconoce este primado de la con– ciencia. Expresamente afirma: "Y después que el Señor me dio hermanos, ninguno me enseñaba lo que debía hacer; mas el mismo Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del santo evangelio" (9). No es vana pretensión creer que el Señor nos enseña directamente. Es una reali– dad. Lo pretencioso sería negar esa libertad al Señor y tratar de sustituir su magisterio por un magisterio humano. Durante muchos siglos se tu– vo miedo a la Palabra de Dios escrita, a la Biblia, y no se la permitía leer libremente o en lengua vul– gar. Y todavía continúa el miedo a la Palabra de Dios que se deja oír en las conciencias. El gran temor de muchos es el subjetivismo. Si no hay una autoridad externa, vamos al caos, di– cen. Respondo con las palabras del ya varias ve– ces citado Rovira Tenas: "Se argüirá: ¿No es fá– cil caer en el subjetivismo, en el iluminismo y has– ta en el histerismo si se repara demasiado en (8) JUAN ARIAS, la ú!tfma dimensión (Salamanca, Sígueme. 1974), ' pp. 36-37. (9) S. FRANCISCO, Testamento. 82