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que éste se siente a solas con Dios, cuya voz re– suena en el recinto más íntimo de aquella. Es la conciencia la que de modo admirable da a cono– cer esa ley, cuyo cumplimiento consiste en el amor a Dios y al prójimo. La fidelidad a esta concien– cia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad. Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanta mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someter– se a las normas objetivas de la moralidad. No rara vez, sin embargo, ocurre que yerre la concien– cia por ignorancia invencible, sin que ello supon– ga la pérdida de su dignidad. Cosa que no puede afirmarse cuando el hombre se despreocupa de buscar la verdad y el bien, y la conciencia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito del pecado" (5). Recorriendo el nuevo Testamento, encontramos suficientes afirmaciones sobre el cometido de la conciencia, su relación con el Espíritu y su in– fluencia sobre la libertad cristiana. Como casi siempre, San Pablo nos ofrece unas pistas claras. El se siente orgulloso por su fidelidad a su con– ciencia: "Oigo la verdad en Cristo, no miento, mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo" (Rm 9, 1). "El motivo de nuestro orgullo es el testimonio de nuestra conciencia, de que nos he– mos conducido con la santidad y la sinceridad que viene de Dios" (2 Ce 1, 12). Por eso, actuar contra la propia conciencia siem– pre es pecado: "Nada hay de suyo impuro; a no ser para el que juzga que algo es impuro; para ese sí lo hay" (Rm 14, 14). "Para los limpios, todo es limpio; mas para los contaminados e incrédu– los nada hay limpio, pues su mente y su concien– cia están contaminadas" (Tito 1, 15). "Dichoso aquel que no se juzga culpable a sí mismo al deci- (5) Gaudlum et Spes, n01 16, 80

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