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tiempo, y aumenta el número de quienes exigen que los hombres en su actuación gocen y usen de propio criterio y de una libertad responsable, no movidos por coacción, sino guiados por la con– _ciencia del deber" (2). El derecho a la libertad Podría establecer una simpl,;, deducción de lo que comprobamos en los capítulos anteriores. Dios es el único Señor. Todos los demás .somos sier– vos, sometidos a este único Señor. Pero Dios no nos quiere siervos, sino amigos e hijos, por lo que se constituye Padre de todos. Ya no somos siervos, sino hijos. Es el amor el que rige las re– laciones de un padre con sus hijos. Est_e es el fundamento de la libertad a la que hemos sido llamados. Por otra parte Dios es libre y nos ha hecho a su imagen y semejanza (G.en 1, 26). La libertad en el hombre es un derecho irrenuncia– ble. Sin libertad no hay acto moral ni meritorio para la vida eterna. Las afirmaciones de la Sagrada Escritura son claras. "Por tanto los hijos son libres" (Mt 17, 26). "La verdad os hará libres" (Jn 8, 32). "No so– mos hijos de la esclava, sino de la libre" (Gal 4, 31). "Hermanos, habéis sido llamados a la liber– tad" (Gal 5, 13). Estas últimas citas, responden a un contexto par– ticular. Pablo tuvo que sostener una lucha decla– rada contra los judaizantes en defensa de la li– bertad cristiana acerca de la ley mosaica. En el concilio de Jerusalén, se reconoció su tesis. San Pedro declaró: "¿Por qué, pues, tentáis a Dios queriendo poner sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudi– mos sobrellevar?" (Hech 15, 10). La carta a los (2) Dlgnltatls humanae, no: 1. Con un estilo popular y ameno han escri– to sobre la libertad JOSE M. CABODEVILLA, La cucaña de la liber– tad, (Salamanca, Sígueme, 1977); Y JUAN MATEO, Cristianos en fiesta. Más allá del cristianismo convencional. (Madrid, ediciones Cristiandad, 1975). 65 5 Liberación de la vida religiosa

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