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Al principio se desesperó y trató de romper las ataduras. Cuando se convenció de lo inútil de sus esfuerzos, intentó poco a poco acomodarse a su nueva situación. Poco a poco consiguió valerse para seguir sub– sistiendo con las manos atadas. Inicialmente le costaba hasta quitarse los zapatos. Hubo un día en que consiguió liar y encender un pitillo. Y em– pezó a olvidarse de que antes tenía las manos li– bres. Mientras tanto su guardián le comunicaba día tras día las cosas malas que hacían en el exte– rior los hombres con las manos libres. (Se le ol– vidaba decirle las cosas buenas que hacían esos mismos y otros hombres con las manos libres). Pasaron muchos años. El hombre llegó a acos– tumbrarse a sus manos atadas. Y cuando su guar– dián le señalaba que gracias a aquella noche en que entraron a atarle, él, el hombre de las ma– nos atadas, no podía hacer nada maío, (no le seña– laba que tampoco podía hacer nada bueno), el hombre empezó a creer que era mejor vivir con las manos atadas. Además estaba tan acostumbrado a las ligadu– ras ... Pasaron muchos, muchísimos años. Un día sus amigos sorprendieron al guardián, entraron en la casa y rompieron las ligaduras que ataban las manos del hombre. "Ya eres libre", le dijeron. Pero habían llegado demasiado tarde. Las ma– nos del hombre estaban totalmente atrofiadas" (1). Existen muchos prejuicios contra la libertad. Y cuando se leen serenamente los evangelios, los escritos de los Apóstoles y demás, no se com– prende por qué tanto empeño en ocultar. o disimu– lar este derecho de la persona humana. En reali– dad, como dice el Concilio Vaticano 11, "la digni– dad de la persona humana se hace cada vez más clara en la conciencia de los hombres de nuestro (1) Tomado del folleto "Nos está liberando", copla privada clclostllada. (Santander,•Sai Terrae) pp. 20-21. 64
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