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demás. Pero desde el momento que la palabra "hijo" se amplía con el calificativo de "hermano", la espiritualidad alcanza una proyección horizon– tal, social y abierta. Las relaciones fraternas no significarán una contraposición con las relaciones filiales, sino que vendrá a ser una prolongación de las mismas, ya que el interés por el hermano será una exigencia de la piedad filial. "Si alguno dice: Amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien r.o ve. Y hemos recibido de El este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano" (1 Jn 4, 20-21). De esto resulta que no puede haber c_olisión en– tre el amor filial a Dios y el amor fraterno a los demás, sino que por el contrario el uno reclama al otro, y el amor fraterno viene a ser para nosotros la verdadera señal del amor al Padre. Aquí no ocurre que el elogio del hermano signifique la destrucción del padre, como algunos temen (6). Que no puede haber antagonismo alguno entre el amor al Padre y el amor al hermano, nos lo in– sinúa Cristo en la parábola del hijo pródigo. Era un padre que tenía dos hijos: uno se marchó con parte de la herencia, vivió lujuriosamente y se arruinó. El otro fue fiel al padre, no abandonó su casa y le sirvió en todo. Se diría que quedaban perfectamente delimita– das las dos posturas: el mal hijo (el pródigo] y el buen hijo (el que permaneció en la casa paterna]. Pero Jesucristo en la segunda parte de la parábo– la nos hace ver que el hijo mayor no era buen hijo porque no era buen hermano. Desde el mo– mento que el padre perdona y ama al hijo menor, el mayor debiera, por exigencia de su amor al padre, también perdonar y amar a su hermano "que estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba per– dido y ha sido hallado" (Le 15, 32). (6) CHRISTIAN DUQUOC, Ambigüedad de las teologías de la seculariza– clQIJ, pág. 14. 59

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