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En esto radica la hermandad cristiana: la palabra de Dios, la voluntad del Padre. Por eso cuando no se cumple, surgen "los falsos hermanos que sola– padamente se infiltraron para espiar la libertad que tenemos en Cristo Jesús con el fin de reducir– nos a esclavitud" (Gal 2, 4). Este es uno de los peligros que corrió San Pablo (2 Co 11, 26]. El amor y el perdón, que constituyen el núcleo de la experiencia del Padre, han de estar presen– tes también en lo más genuino de la fraterni– dad (5) Cristo quiso mostrar esta actitud en la última cena, lavando los pies a los discípulos: "¿Com– prendéis lo que he hecho con vosotros? Me lla– máis Maestro y Señor, y decís bien porque lo soy. Pero si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn 13, 12-15). Como contraste de esta actitud de servicio, y perfilando lo que no debe ser un verdadero hermano, el Evangelio nos describe el comporta– miento del mayordomo "que se pone a golpear a sus compañeros y come y bebe con los borra– chos. Vendrá el Señor y señalará su suerte entre los hipócritas" (Mt 24, 48-51). O la parábola del siervo sin entrañas a quien el Rey ha perdonado diez mil talentos. El siervo, sin embargo, no quiere perdonar a su compañero la mísera cantidad de cien denarios. "Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, como también yo me compadecí de tí? V encoleri– zado su Señor. lo entre!1ó a los verdugos hasta que paaase todo lo que debía". V Cristo concluye la parábola diciendo: "Esto mismo hará con vos- (5) "Si la Imagen de Dios como padre puede hallarse en crisis en una sociedad donde han hecho crisis realidades tradicionales como la famllla, la autoridad y la paternidad, no hay duda que el amor y el perdón, la presencia y la cercanfa, que han motivado esta imagen, siempre valores permanentes para el hombre". GUERRERO, Experlen• cla de Dios y catequ9sls, pág. 197. 57
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