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dad, tal como explicamos antes. Dios se lá reserva celosamente y no la comparte con nadie. Este pu– diera ser el sentido profundo de las palabras de Cristo: "De aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Pa– dre" (Mt 24, 36). Cristo nunca se llamó "Padre" como si quisiera dejar bien claro que la Paternidad de Dios es exclusiva y no delegable: "A nadie déis el título de Padre sobre la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el que está en los cielos" (Mt 23, 9). Soy reiterativo, pero abundan demasiado las pa– ternidades con ínfulas paradisíacas de ser como dioses. No nos entra en la cabeza que lo nuestro es ser hermano y nada más. Exigencias de la fraternidad Ya en las primeras páginas del Génesis irrum– pe la idea de fraternidad, pero con una connota– ción de deslealtad y falsedad. Es una fraternidad de contrasigno. Caín mata a su hermano Abe!, y desde ese momento se nos muestra una imagen de Dios que sale en defensa de! hermano ultrn– jado: "¿Dónde está tu hermano Abe!? Contestó: No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?" (Gen 4, 9). Caín ha usurpado el dominio que sólo a Dios correspondía sobre la vida de Abe!. Desde entonces la pregunta divina "¿Dónde está tu her– mano?" exigirá una respuesta de cada hombre. Cristo afirma nítidamente: "Vosotros sois todos hermanos" (Mt 23, 8). Y San Pablo: "Pues a los que de antemano conoció, también los predesti– nó a reproducir la imagen de su hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8, 29). La denominación comienza a usarse desde los primeros días después de la Ascensión del Señor: "Uno de aquellos días Pedro se puso en pie en medio de los hermanos -el número de los reuni– dos era de unos ciento veinte- y les dijo: Her- 55
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